Aquella máxima por demás conocida y repetida que reza: “una imagen vale más que mil palabras”, adquiere un carácter de verdad y valor en el trabajo del francés “Sylvain Chomet”.
Este director cinematográfico ha realizado en una década dos cintas verdaderamente memorables dentro del género de la animación. En 2003 presentó su opera prima bajo el titulo de “Las Trillizas de Beleville (Les Triplettes de Belleville), aquel trabajo lo coloco de inmediato al tu por tu con personalidades de la talla y experiencia de Hayao Miyazaki.
Chomet ha vuelto figurar en el esplendor de las salas y de la critica cinematográfica con su segundo largometraje titulado “El Ilusionista” ( L'illusionniste, 2010) con ambas cintas ha sido nominado al premio oscar, pero la hegemonía y el imperialismo de la academia estadounidense lo sigue teniendo en espera.
En ambos filmes el director impone rápidamente un estilo reconocible y de gran carácter. En su primera cinta aborda la historia de un pequeño niño convertido en gran ciclista, sin perder coherencia es capaz de meter en la trama al mundo del cabaret y la mafia.
En su segunda película mejora en todos los sentidos, la animación tiene su firma indeleble, un trabajo de exquisitez artesanal, reforzado con un tono sepia para llevarnos hasta finales de los años 1950, el guión es además un rescate de Jacques Tatti, actor y director francés que había escrito este argumento hace más de 50 años.
El ilusionista nos lleva por los periplos de un mago que va de un escenario a otro, topándose con toda clase de personajes, un ventrílocuo que cura su soledad junto a su títere, un payaso siempre a punto del suicidio. Una joven que gracias al mago conoce la ilusión y pasa de la calma del campo ha convulsión de la ciudad.
El cine de Chomet va gratamente contracorriente del tan en boga 3D, también se aleja de los clichés destinados ha imponer pensamientos y vender juguetes, tan común en otras cintas de animación. El cine de este director es arte y calidad pura sin ser pretencioso, sus imágenes y personajes son tan solidos que casi prescinden incluso de las palabras.
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